Faro

Chicazos y marimachos

  • Doris Day en el film “Calamity Jane, (Doris Day en el Oeste)”. Fotografía de rodaje. 1953. David Butler. EE.UU.

 

“[Durante mi adolescencia] todavía no tengo la palabra “butch” en mi diccionario. Soy una camionera o un marimacho. Y ya empiezo a decir, marimacho, ¿y qué?” (Genderhacker en Barbé, 2013b: 19).

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Los términos “chicazo” o “marimacho” (“Tomboy” en inglés) son los nombres empleados popularmente para hablar de “un amplio periodo de masculinidad femenina que se da en la niñez” (Halberstam, 2008: 27). Halberstam explica como los comportamientos femeninos en varones durante la infancia provocan reacciones histéricas en su entorno y que “la desviación de género en el caso de las mujeres es mucho más tolerada” (2008: 27) que en su caso. El problema comienza cuando ésta etapa “amenaza con prolongarse más allá de la infancia, en la adolescencia” (Halberstam, 2008: 28) o cuando el chicazo comienza a identificarse fuertemente con los hombres, rechazando su nombre, la indumentaria femenina o el rol de género que se le presupone. La adolescencia es para muchas de estas marimachos un momento crítico en su experiencia personal, un momento en el que se intenta remodelar y convertir su expresión masculina en formas de feminidad aceptadas socialmente (Halberstam, 2008: 23).

“La adecuación al género es una presión que se ejerce sobre todas las chicas, no sólo sobre los chicazos, y es aquí donde resulta difícil sostener la idea de que la feminidad de los hombres supone una amenaza mayor a la estabilidad social y familiar que la masculinidad femenina. La adolescencia para las mujeres representa la crisis de llegar a ser una chica adulta en una sociedad dominada por los hombres. Mientras que la adolescencia para los chicos representa un rito de paso y una ascensión a cierta versión del poder social, para las chicas la adolescencia es una lección de moderación, castigo y represión” (Halberstam, 2008: 28).

Esta tolerancia a la desviación de género aparece en varias películas como “Calamity Jane (Doris Day en el  Oeste)” (1953), “Fried Green Tomatoes (Tomates verdes fritos)” (Fried Green Tomatoes (Tomates verdes fritos), 1991), “Tomboy” (Tomboy, 1985) y  “Tomboy” (Tomboy, 2011) algunas de las pocas películas que tratan sobre este conflicto en la historia de la representación cinematográfica. La película “Calamity Jane” (Calamity Jane (Doris Day en el Oeste), 1953) se basa en la historia real de una exploradora que participó en el proceso de colonización de EE.UU., que fue famosa por que afirmaba ser amiga íntima de “Billy el niño”. En el film, la protagonista es una auténtica marimacho del viejo oeste e ilustra muy bien como la figura del chicazo tiende a asociarse a “un deseo ”natural” por esa mayor libertad y movilidad de que disfrutan los hombres, convirtiéndose en signo de independencia y automotivación” (Halberstam, 2008: 28). Calamity Jane viste con ropa de hombre, monta a caballo, lleva un arma en la cintura, sus gestos son muy masculinos y sorprendentemente su expresión de género tiene una gran aceptación dentro de la comunidad masculina en la que participa. La llegada de una mujer forastera que le ayudará a conquistar al hombre al que desea trastocará la masculinidad de la protagonista que se irá feminizando paulatinamente. Ya no volverá a vestirse con la apariencia del principio, su masculinidad pasará por un proceso de adecuación para adaptarse a la norma heterosexual. La película “Tomboy (1985), realizada en los años ochenta en EE.UU., es una versión del mismo fenómeno anterior representada desde una perspectiva un poco más actualizada, en la que la protagonista conduce una moto, es mecánica de profesión, juega al baloncesto y se viste con atuendo masculino. Ambos personajes son heterosexuales y tienen que realizar esfuerzos por adaptar su indumentaria para continuar siendo apetecibles, casaderas y no amenazantes a los ojos del hombre.

Un film interesante que rompe con la lógica de las representaciones anteriores es la película francesa producida por Céline Sciamma a la que también tituló “Tomboy (2011) en la que aborda la masculinidad en la infancia de una chicazo que comienza a identificarse como un chico a su llegada a un nuevo vecindario. Es interesante porque en la película, en ningún momento sabemos con certeza si estamos viendo a una marimacho o a un niño transgénero. La libertad que experimenta su protagonista al transgredir secretamente el rol de género y las consecuencias que este hecho tiene en su entorno social cuando se desvela su impostura, abren un debate interesante sobre la dificultad de categorizar estas expresiones de género durante la infancia.

En el contexto español, uno de los pocos documentos que hemos encontrado sobre este tema es el documental “Marimachos (Marimachos, 2007) de Irene y Jaume Sala. Realizado desde una posición activista, los realizadores entrevistan a una colección de marimachos del nuestro contexto local que relatan sus experiencias personales e identifican algunos conflictos comunes que tienen que ver con su transgresión de género desde la infancia.

Algunos de estos conflictos han sido estudiados por Lucas Platero, quien escribe algunos de los primeros y escasos textos que abordan la cuestión de representación de la masculinidad femenina en nuestro contexto. En “La masculinidad de las biomujeres: marimachos, chicazos, camioneras y otras disidentes” (Platero, 2009b), Platero desarrolla cómo la masculinidad de las biomujeres es un signo de hipervisibilidad dentro del los colectivos de lesbianas y también es algo que se asocia a la valentía. Platero comenta como estas personas son vistas como impostores de la edad, de la clase social, del género y de la sexualidad. “Impostores de la norma” (Platero, 2009b: 405). Platero los define como eternos jovencitos, como algo que aparece vinculado permanentemente con la clase obrera, personas con eterna disponibilidad ya que no juegan al tiempo del heteropatriarcado y que tienen un sentimiento de no pertenencia, de extrañeza impuesta de su masculinidad (La masculinidad de las biomujeres, 2009). En “Madres, folclóricas y masculinas” (Platero, 2008) analiza cómo la cultura española permite ciertos modelos de lesbianismo en los medios de comunicación y la cultura popular, y cómo a su vez se sigue demonizando sistemáticamente la masculinidad de las biomujeres allí donde aparece, estereotipando a las mujeres masculinas como mujeres malas que son merecedoras de castigo (Platero, 2008: 326) a las que ”se sigue percibiendo como signo de perversión, de intromisión en espacios ajenos, de patología necesaria” (Platero 2009b: 408).