Faro

Otro hombre-mujer

  • Fotografía de boda de Marcela y Elisa, publicada la portada del artículo “Matrimonio sin hombre” (1901). En: El suceso ilustrado. No1. Madrid. 14 Jun. 1901.

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A lo largo de la historia aparece toda una colección de personajes que demuestran que la aparición de la mujer viril no es un fenómeno reciente (Halberstam, 2008). Para analizar esta realidad desde una perspectiva histórica, Halberstam nos advierte, a través del concepto del “presentismo perverso” (Halberstam, 2008: 73), que es muy importante no aplicar la etiqueta de lesbiana a cualquier representación del deseo entre mujeres (Halberstam, 2008: 73) cuando analizamos fenómenos anteriores a nuestro presente. De la misma forma no podemos aplicar la etiqueta transexual o transgénero a cualquier expresión de virilidad de las mujeres que se  haya producido a lo largo de la historia. Tenemos que abordar con cautela el análisis de las expresiones y las representaciones de estas masculinidades intentado no caer en la trampa de lesbianizar o transexualizar la historia, pese a que las historias de las lesbianas masculinas, el trangenerismo, la transexualidad masculina y la intersexualidad comparten algunos hitos comunes. Los conceptos de transgenerismo, transexualidad e intersexualidad son fenómenos relativamente recientes y están inscritos en una genealogía de masculinidades transgresoras mucho más amplia.

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Mitos y leyendas 

Uno de los primeros antecedentes de transgresión de género que hemos encontrado está localizado en el antiguo Egipto. La historia de Hatshepsut (Hatshepsut, la Reina que se convirtió en Rey. 2011; Perea, 2006) es la historia una reina que decidió llevar ropa masculina y llamarse a sí misma faraón. Su nombre significa “la primera de las nobles damas” y fue la quinta gobernante de la dinastía XVIII entre el 1490–1468 A.C. (Perea, 2006). Cuando los investigadores descubrieron su tumba se encontraron la obra funeraria propia de un faraón y quedaron confundidos cuando leyeron los textos que hablaban de ella en femenino. Tenía treinta y dos años cuando decidió ponerse una barba falsa y los atributos del faraón como una manera de mantener el poder de su dinastía. Cuando se habla de ella se la recuerda como una gran gobernante y promotora de uno de los planes arquitectónicos más ambiciosos de Egipto que se convirtieron en referentes arquitectónicos en la época (Hatshepsut, la Reina que se convirtió en Rey, 2011). Lo interesante del caso de Hatshepsut es que veinte años después de su muerte el siguiente faraón que accedió al trono, amenazado por la transgresión de género, la capacidad de liderazgo y la ambición de su predecesora, destruyó todo el patrimonio arquitectónico que ésta había construido, enterrando sus estatuas bajo la arena del desierto y borrando de la historia cualquier rastro de su presencia. El caso de Hatshepsut no fue el único en el que una mujer se convertía en faraón. También las reinas Neferusobek, Tausert, Nitocris y Nefertiti se convirtieron en faraones, sin embargo, estás han quedado inscritas en la historia dominante probablemente porque su transgresión de género no resultaba tan amenazadora para la masculinidad dominante como la de Hatshepsut.

Existen muchos mitos y leyendas que nos hablan de más transgresiones del género y la sexualidad  producidas por biomujeres en tiempos de los griegos y romanos, incluso en las culturas escandinavas y  germanas. Uno de los más interesantes es el mito escandinavo de las Valkirias (Es.wikipedia.org, 2015) las famosas vírgenes  guerreras que ocupaban un rol masculino y combatían en las batallas encima de un caballo, a las que se les representa habitualmente con yelmo, escudo, coraza y lanza y blandiendo sus espadas al enemigo. También podemos encontrar algunas fábulas en la cultura grecorromana, que pese a ser una cultura tradicionalmente machista y esclavista, tenía una visión de la sexualidad muy abierta. Pero las fábulas son mucho más que simples relatos, en estas historias la realidad y la ficción se entremezclan constantemente.

Dentro de estos relatos mitológicos encontramos la fábula de Ovidio que nos habla sobre la emergencia de un ser dotado de dos sexos llamado Hermafrodita (Es.wikipedia.org, 2015; Ovidio, 2008). Otros mitos grecorromanos hablan de fenómenos de travestismo e incluso de seres que mutan de sexo como es el caso de Kainis/Kaineus (Ovidio 2012b), una joven que después de ser violada por Poseidón fue compensada por el dios convirtiéndola en un hombre invulnerable. Kaineus fue uno de los argonautas que intervinieron en la famosa cacería del Jabalí de Calidón junto a Jasón (El hombre transexual, 2000-03). La transformación de Kaineus es similar a la de Herais de Abae a Diofante y la de Tiresiasa mujer (El hombre transexual, 2000-03). Algunos de estos mitos grecorromanos consideraban que un cuerpo al morir podría transformarse en el sexo contrario, como el caso de Atalanta, la argonauta que se convirtió en hombre a su muerte, o Epeo, que al morir se transformó en mujer (El hombre transexual, 2000-03). Atalanta (Ovidio 2012a) es considerada como un precedente del feminismo, junto a otras guerreras como Atenea, Belona, Enio, Cenea, Eris y Onfalia, “remotas antepasadas de las mujeres emancipadas, o incluso asociales, inadaptadas que se niegan a admitir el mundo de sus semejantes y no abdican frente al hombre, no se someten, no renuncian a su libertad” (Julien, 2008: 68).

El mito griego de las Amazonas (Higino, 2009) relata la historia de mujeres guerreras que cabalgaban con gran habilidad y su mito es conocido porque se quemaban el pecho derecho con el fin de ser excelentes arqueras. Las Amazonas eran un pueblo conformado y gobernado exclusivamente por mujeres que tan solo una vez al año admitían hombres entre ellas con el fin de perpetuar la raza. Este mito ha sido asociado en la antigüedad con innumerables pueblos históricos llegando a ser imaginadas durante la conquista de América en el viejo continente. Con la llegada de la Edad Moderna el término comenzó a utilizarse para referirse a las mujeres guerreras en general (El hombre transexual, 2000-03). Las Amazonas han sido objeto de múltiples representaciones artísticas y literarias a lo largo de la historia en las que aparecen como un adversario extranjero de los héroes que ponen en entredicho su masculinidad. En muchas ocasiones los artistas y los escritores reafirman su superioridad masculina representándolas en escenas en las que las muestran derrotadas y humilladas. Otros mitos semejantes son los de las Trácias, y las Ménades (Bartra, 1992), mujeres que vivían en estado salvaje y que vagaban en bandas rebeldes por las montañas (Bartra 1992: 26-27).

Esta cultura pre-cristiana de masculinidades transgresoras se ha ido perdiendo a lo largo historia debido probablemente a que los mitos y relatos populares se transmitían de forma oral. Con la llegada del cristianismo fueron tachados de herejía por inmorales y paganos. Algunos desaparecieron para siembre pero en otros casos, ante la imposibilidad de eliminarlos, el cristianismo los absorbió, adaptándolos a la moral cristiana dominante (El hombre transexual, 2000-03). Este podría ser el caso de la historia de San Wilfrid o  Santa Wilfrida, considerada la patrona de los transexuales masculinos, a quien Dios le otorgó una frondosa barba y un cuerpo masculino. Otro mito es el de San Onofre, que habiendo nacido mujer le pidió a Dios que le concediera la gracia de ser un hombre molesto por el sexismo y el machismo que sufría con su apariencia femenina (El hombre transexual, 2000-03).

En la Edad Media surgió la leyenda de Juana la Papisa (Es.wikipedia.org, 2015),protagonista de una historia legendaria según la cual se disfrazó de hombre y llegó a convertirse en Papa entre los años 855 y 857. Algunas versiones dicen que correspondió a Benedicto III, otras dicen que podría tratarse de Juan VIII. Lo más curioso de esta leyenda es que fue descubierta en el momento en el que se puso de parto en medio de  una procesión (Ortega, 2005). Borrada a conciencia de la historia de la iglesia, su memoria permanece en uno  de los arcanos mayores, en una de las cartas del tarot y también en la gran pantalla, gracias al rescate que la  representación cinematográfica ha hecho de su figura. En 1972 se estrenó la película “Pope Joan (La papisa Juana)”, con la actriz Liv Ullmann como protagonista, y en 2009 se estrenó la película “Die Päpstin (La mujer papa) (Die Päpstin (La Pontífice), 2009) basada en la novela homónima.

Otra de las figuras más representadas sobre estos mitos de masculinidades transgresoras durante la edad  media ha sido la de Juana de Arco (Es.wikipedia.org, 2015). De origen campesino, lucho como soldado en  la guerra de Orleans francesa en un momento en el que el país estaba siendo invadido por las tropas inglesas y borgoñas. Después de ser capturada por el bando contrario fue sometida a la Inquisición quien la acusó de brujería por travestirse y acabó condenándola a la hoguera. En un momento en el que la Iglesia se había posicionado con fuerza dentro de las ciudades y las zonas rurales todavía no había sido cristianizadas, la Inquisición quiso poner fin al paganismo campesino que suponía el travestismo de Juana de Arco. Esta  historia ha sido también representada en varias ocasiones a lo largo de la historia cinematográfica. María  Falconetti represento “la misticidad” de Juana en 1928 en la película de Carl Theodor Dreyer “La passion de  Jeanne d’Arc” (La passion de Jeanne d’Arc (La pasión de Juana de Arco), 1928). En 1948 Victor Fleming produjo “Joan of Arc” (Joan of Arc (Juana de Arco), 1948) y más recientemente, se estrenó en 1999 “The Messenger: The Story of Joan of Arc  (Jeanne d’Arc (The Messenger: The Story of Joan of Arc), 1999) protagonizada por la actriz Milla Jovovich.

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Travestismo funcional

Hasta este momento nos hemos estado moviendo en el terreno escurridizo de los mitos y las leyendas, en un espacio intermedio entre la realidad y la ficción, pero la historia demuestra que los casos de travestismo  femenino no fueron casos aislados sino que se adscriben a una tradición muy arraigada (Dekker y Van de Pol, 2006: 2). En “La doncella quiso ser marinero” (Dekker, Van de Pol, 2006) los autores afirman que los casos de travestismo femenino recorrieron Europa de norte a sur durante los siglo XVII y XVIII. Desde Dinamarca hasta España e Italia comenzaron a salir a la luz casos en los que mujeres desempeñaban un papel masculino en su vida del que eran plenamente conscientes (Dekker y Van de Pol, 2006: 2). Estas formas tradicionales de “travestismo temporal” (Dekker y Van de Pol, 2006: 9) que realizaban las mujeres en aquel momento estaban motivadas por razones diversas. “En la Edad Media, hacerse pasar por hombre era una posibilidad real y viable para mujeres que habían caído en desgracia y luchaban por superar circunstancias difíciles” (Dekker, Van de Pol, 2006: 2). Algunos de estos fenómenos esporádicos de travestismo temporal estaban vinculados al contexto del carnaval y a la prostitución en los que el travestismo se utilizaba como un disfraz, como una diversión o como un estímulo erótico (Dekker y Van de Pol, 2006: 9-10). En muchas ocasiones estas mujeres se travestian por motivos románticos, como una estrategia para camuflar su deseo por otras mujeres y poder establecer una relación pública con la mujer que amaban. En otros casos el periodo de travestismo se alargaba en el tiempo ya que la apariencia de estas mujeres pasaba totalmente desapercibida, llegando en muchos casos a ser permanente. Dekker y Van de Pol distinguen diferentes tipos de travestismo en función de su duración, su intención o su motivos. La mayor parte de las mujeres que se travestian de una forma permanente lo hacían porque querían desempeñar oficios masculinos, escogiendo muchas de ellas la profesión de soldado o marinero (Dekker y Van de Pol, 2006: 13).

El secreto fue una de las condiciones de su éxito, por lo que muchas de ellas realizaron su transformación en lugares en los que no se sabía quiénes eran (Dekker y Van de Pol, 2006: 18) y escogieron un nombre masculino, “eligiendo la versión masculina de su propio nombre o un nombre masculino junto a su apellido” (Dekker y Van de Pol, 2006: 19), como una manera de evitar ser reconocidas. Probablemente la inquietud o el miedo que les causaba la idea de ser descubiertas debió ser importante ya que estaban sometidas constantemente a situaciones en las que corrían el riego de que se desvelara su verdadera identidad (Dekker y Van de Pol, 2006: 25). “Los riegos para la mujer disfrazada eran muchos y diversos; la falta de privacidad, la enfermedad, el castigo o una mala actuación inadvertida podía poner fin al travestismo en cualquier momento” (Dekker y Van de Pol, 2006: 27). En algunas ocasiones fueron descubiertas debido a la ausencia de genitales masculinos, que supuso para muchas de ellas una gran fuente de problemas (Dekker y Van de Pol, 2006: 20). En otras ocasiones la verdad de su género se desveló al ser detenidas por cometer actos delictivos (Dekker y Van de Pol, 2006: 20). Lo interesante es que sólo conocemos los casos de mujeres que fueron descubiertas. En realidad se desconocen cuantos casos de travestismo funcional sucedieron sin dejar rastro ya que muchas de ellas consiguieron una transformación tan impecable que pasaron totalmente desapercibidas (Dekker, Van de Pol, 2006: 3).

Para ilustrar algunas de las características del “travestismo funcional”, término propuesto por Lucas Platero (La masculinidad de las biomujeres, 2009), nos hemos querido centrar en tres casos muy interesantes que tuvieron lugar en nuestro propio contexto, los de Catalina de Erauso, Eleno de Céspedes y Marcela y Elisa.

Catalina de Erauso (Es.wikipedia.org, 2015; Rutter-Jenesen, 2007; Morales y Franc, 2013), más conocida como “la monja alférez”, nació en 1585 en San Sebastián en el seno de una familia pudiente. Con pocos años de edad fue internada en un convento del que se escapó con quince años. Se vistió con indumentaria masculina, se cortó el pelo y escondió el hábito para comenzar una nueva vida como varón llegando a lograr “cotas de independencia tan altas como las de cualquier hombre en una época en la que eso parecía imposible” (Morales y Franc, 2013: 91). Catalina de Erauso, bajo los nombres de Pedro de Orive, Francisco de Loyola, Alonso Díaz, Ramírez de Guzmán o Antonio de Erauso, se convirtió en uno de los personajes más legendarios y controvertidos del Siglo de Oro español. Estos tiempos de conquista, de batallas y de violencia motivaron a Catalina a partir como soldado a la conquista de América donde se convirtió en un sanguinario alférez. En un momento de su viaje es detenida a causa de una disputa en la que mató a varias personas y por la que fue condenada a muerte, momento en el que se descubre su impostura. Pidió clemencia al obispo, Angustín de Carvajal al que confesó que en realidad era una mujer y que procedía de un convento. Un conjunto de matronas le realizaron un examen físico en el que certificaron su sexo y su virginidad, motivando la protección del obispo que la envió de vuelta a España (Rutter-Jenesen, 2007). A su llegada es recibida por Felipe IV quien “no solo la recibió con grandes honores, sino que le mantuvo su graduación militar, le concedió el título de “monja alférez”, le permitió emplear su nombre masculino y le asignó una pensión vitalicia” (Morales, Franc, 2013: 92). Llegó a ser recibida por el papa Urbano VIII quien después de conocer su  historia le autorizó a continuar vistiendo de hombre y a utilizar su nombre masculino. La historia de Catalina  de Erauso ha sido recogida en varios libros y representada en un par de películas (La monja alférez, 1944La monja alférez, 1987).

El recorrido vital de Eleno de Céspedes (Es.wikipedia.org, 2015; Barbaza, 1984, Maganto, 2007; A/O Caso Céspedes, 2009-10) tiene algunas similitudes con la historia de la monja alférez que fue bastante más afortunada. No se sabe si Eleno de Céspedes fue hermafrodita, homosexual, travestido o transexual. Lo que sí se sabe es que nació en 1545 en Alama (Granada), que era esclavo, mulato, hijo de su propietario y que al nacer fue identificado como mujer. Fue obligado a casarse con un hombre al que abandonó pocos meses después mientras estaba embarazada. Después de un parto en el que dio a luz a un hijo que posteriormente cedió, decidió vivir en masculino consiguiendo desarrollar una vida sexual y laboral propias de un varón. Al igual que Catalina de Erauso también se alistó como soldado, mas adelante ejerció como tejedor y como sastre. Años mas tarde consiguió casarse con una mujer y convertirse en un reconocido cirujano. Fue la primera ocasión en la que “una mujer” conseguía una licencia oficial de cirujano en España. La extrañeza de su historia produjo recelos en el gremio de cirujanos que acabó denunciándola ante el tribunal civil, en Ocaña. Siendo examinada por cirujanos, médicos y matronas descubrieron que Eleno había manipulado quirúrgicamente su cuerpo, extirpándose el pecho y reconstruyendo sus genitales. No le quedó más salida que decir que era hermafrodita. Finalmente fue juzgado como mujer por la Inquisición quien le acusó de los cargos de lesbianismo, sodomía y bigamia y le condenó con una pena de doscientos azotes y su internamiento en la enfermería de un hospital.

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Francisco de Goya realiza entre 1814 y 1816 el grabado “Valor varonil de la célebre Pajuelera en la de Zaragoza” dentro de la serie “Tauromaquia” en el que retrata a Nicolasa Escamilla “La Pajuelera” toreando encima de un caballo. Esta mujer de aspecto varonil debía su apodo a que de joven se dedicaba a vender pajuelas de azufre. No solo fue el aspecto de esta mujer lo que provocó la curiosidad de Goya sino su valor a la hora de enfrentarse al toro, al que citaba, sin mover el caballo de sitio, esperando su envestida para picarlo con la lanza (Matilla en Museonacionaldelprado.es, 2015).

“No hace muchos años que en Madrid se presentó en la plaza pública una mujer para torear, y que de hecho toreó. Llamábanla Pajuelera, porque cuando mozona había vendido alguaguidas o pajuelas de azufretes en un cuarto. Este fenómeno ha sido la ignominia del devoto femíneo sexo, que tiene adherente la compasión, y la afrenta del indiscreto sexo barbado que toleró y dió licencia para que saliese al público semejante monstruosidad. […] ¿Qué ha sido aquello, sino ridiculizar la fiesta de los toros?” (Vargas en Museonacionaldelprado.es, 2015).

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Otro referente de travestismo funcional en nuestro país en el caso de Marcela y Elisa (Es.wikipedia.org, 2015El suceso ilustrado, 1901; García, 2002; Ramírez, 2010; De Gabriel, 2010) popularmente conocido como el matrimonio sin hombre debido al título de uno de los artículos que publicó la prensa en la época (El suceso ilustrado, 1901). Marcela Gracia Ibeas y Elisa Sánchez Loriga eran maestras de escuela en Galicia en un momento en que la mayoría de la población gallega era analfabeta. Se conocieron en la Escuela Normal de Maestras de La Coruña y su amistad se fue convirtiendo en una relación más íntima. Vivieron su lesbianismo en secreto hasta que un día decidieron casarse por la Iglesia. Elisa se hizo pasar por Mario travistiéndose con atuendos masculinos para conseguir engañar al sacerdote y finalmente pasaron por la vicaría de la parroquia de San Jorge en La Coruña el 8 de junio de 1901. Fueron descubiertas por el párroco que las casó pocos días después, quien las excomulgó y solicitó un reconocimiento médico para saber el verdadero sexo de Mario que intentó hacerse pasar por hermafrodita. Al ser denunciadas y perseguidas por la Guardia Civil decidieron emprender su huída a Portugal y durante un tiempo lo único que se supo de su historia es que se subieron a un barco con rumbo a America. Este acontecimiento tuvo una gran repercusión en la prensa de la época que  les dedicó varias portadas y caricaturas. En “El Suceso Ilustrado” (1901), el periodista realiza un extenso reportaje en el que entrevista a cada uno de los protagonistas de la historia y donde recoge el testimonio del párroco que describe a Mario de la siguiente manera:

“No tardó en presentarse en la casa Rectoral un mancebo barbilampiño. Alegre, simpático y hasta en sus maneras elegante el párroco de San Jorge oyó cuanto expuso el recién llegado, que le refirió su triste historia (como decía él), y, por último, sus amores con una maestra del Ayuntamiento de Dumbría, llamada Marcela. […] Vestía americana y pantalón de moda, cuello de punta doblada, corbata de nudo y llevaba con desenvoltura y gracia todas las prendas propias de un hombre. […] Un esbozo de bigote rubio, que acariciaba y retorcía repetidas veces, dábale gracia á su semblante. Aunque enjuto de carnes, en su cara no había líneas que denunciasen que su verdadero sexo fuera el femenino; al contrario, parecía un hombre de veintiseis á veintiocho años” (El Suceso Ilustrado, 1901: 3).

En el libro “Marcela y Elisa. Más allá de los hombres” (De Gabriel, 2010) se aportan más detalles sobre su huida que se desconocían hasta el momento, como que a su llegada a Portugal fueron detenidas en Oporto donde fueron juzgadas, encarceladas y posteriormente liberadas, y que antes de su partida a Argentina Marcela dio a luz a una niña. Una vez llegaron a Buenos Aires su camino no fue más fácil. Marcela tuvo que casarse con un hombre mayor que ella como una estrategia para evitar que las descubireran. Se volvieron a ver ante los tribunales por la negativa de Marcela de consumar el matrimonio con su marido que las denunció cuando empezó a sospechar de la relación entre ambas. Después de que la sentencia dejase libre sin cargos a Marcela, desaparecieron definitivamente (De Gabriel, 2010).

En los casos de Antonio de Erauso y Eleno de Céspedes hemos podido observar que su masculinidad estuvo motivada por la voluntad de desempeñar oficios masculinos como el de soldado o el de cirujano. En los tres casos sus protagonistas se desplazaron a otros lugares con la finalidad de evitar ser reconocidxs, llevando su proceso en secreto la mayor parte de su vida y manteniendo la tensión de ser descubiertxs hasta el momento en el que su travestismo fue expuesto a la luz pública. Solo en el caso de Erauso este hecho careció de consecuencias, probablemente por una cuestión de clase social. Es interesante que en los tres casos se realizaron reconocimientos médicos para averiguar la presencia o ausencia de genitales masculinos, revelando el verdadero género de lxs protagonistas que intentaron desmentir, en el caso de Elisa y Céspedes, utilizando el hermafroditismo como un recurso para evitar castigos mayores. Antonio de Erauso y Marcela y Elisa, después de muchos sobresaltos en los que fueron detenidxs varias veces, consiguieron tener éxito en su pretensión de vivir según su voluntad y su deseo. Erauso llegó incluso a tener un permiso real y papal de travestismo y Marcela y Elisa consiguieron desaparecer sin dejar rastro. Las peores consecuencias analizando los tres casos fueron las que sufrió Céspedes, probablemente por su doble condición de transgresor del género y de la raza. No podemos olvidar que en algunas ocasiones las razones que motivaron su travestismo no sólo tuvieron que ver con la voluntad de desarrollar un rol masculino o tener aspecto viril. En muchos casos su decisión estuvo motivada por el deseo de mantener una relación romántica con las mujeres que amaban.

Indagando en la historia del cine español de los años cincuenta y setenta hemos descubierto algunos títulos que pese a estar ubicados en una época mas reciente también representan el fenómeno del travestismo funcional de las mujeres en nuestro contexto. Desde la perspectiva de la ficción aparecen algunos casos en el  que la indumentaria masculina sirve como camuflaje o como disfraz a las protagonistas de estas historias. En “Cabriola” (1965) (Ay, vagabundo. Marisol – Pepa Flores. Cabriola, 2010; Cabriola, 1965) la actriz Marisol representa a una muchacha falta de recursos que tiene a su cargo a su hermano pequeño. La joven que es valiente diestra toreando, recordándonos la historia de Nicolasa Escamilla retratada por Goya- utiliza el travestismo como una forma de desarrollar el oficio que le apasiona y también como una forma de supervivencia. Sin embargo, al igual que algunos casos cinematográficos que hemos analizado cuando desarrollábamos los concepto del chicazo y la marimacho, Marisol irá feminizando su apariencia con la finalidad de ajustarse a la norma heterosexual y haciendo visibles los mecanismos franquistas de adoctrinamiento social a través de la cinematografía.

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En “Mas bonita que ninguna” (Más bonita que ninguna, 1965), la actriz Rocío Durcal interpreta a una joven que se ve abocada a disfrazarse como hombre para desempeñar un papel en una actuación musical, recordándonos al guión de la película “Victor Victoria(¿Victor o Victoria?, 1982), protagonizada por Julie Andrews. Las actuaciones de la protagonista, muy cercanas a las representaciones drag king, muestran el travestismo como algo exótico para la mirada masculina y no  representa ninguna amenaza a la moral dominante debido a la breve temporalidad del disfraz. Por último, queríamos destacar la película de los años setenta “Una pareja distinta” (Una pareja distinta, 1974) que aunque no representa un caso concreto de travestismo funcional puede sernos útil para analizar diferentes transgresiones de género en nuestra cinematografía. Lina Morgan y José Luis López Vázquez representan a Zoraida, una mujer barbuda que trabaja en el circo como único modo de supervivencia, y Charly, un chico que actúa como travesti en clubes nocturnos. En el film ambos luchan como pareja por intentar llevar una vida “normal” intentando adaptarse a una sociedad que se resiste a aceptarlos.