Masculinidades transgresoras
“El lugar de la masculinidad que se ocupa desde cuerpos de biomujeres se presenta como un espacio de impostura. Somos impostores que desbaratamos las identificaciones inmediatas y automatizadas. Somos impostores a quienes se recibe con recelo y hostilidad. Impostores de clase social, de edad, de género, de sexualidad, de competencia. Impostores de la norma” (Platero, 2009b: 405).
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Como hemos visto anteriormente, la tarea de crear genealogías y cartografías transfeministas se está convirtiendo en un tema de reciente actualidad. La investigación sobre la cuestión de las masculinidades femeninas en nuestro contexto es una labor que recién comienza y se enfrenta a la dificultad de encontrar materiales y testimonios que nos cuenten realmente qué ha sucedido. Si analizamos el activismo más radical de nuestro contexto “solo encontramos algunos rastros, pocos, de bolleras butch en los noventa, ninguna imagen de drag kings y mucho menos de trans masculinos” (Trujillo, 2015: 42).
¿Por qué tanto silencio? ¿A qué se debe tanta invisibilidad? “¿Dónde están los sujetos asignados “mujer” al nacer y que tienen un aspecto masculino y/o despliegan diferentes formas de masculinidades en estos análisis?” (Trujillo, 2015: 40). ¿Qué ha sido de la historia de las “camioneras”, las “chicazos”, las “hombrunas”, las “machudas”, las “machotonas” los “marimachos” y las “viragos”? ¿Y la historia de las “bollos”, “bolleras”, “bollacos”, “butches” y “tortilleras”? ¿Y la de lxs “transbutches”, “transgéneros”, “genderfuckers”, “genderqueers”, “sailorqueers”, “trans masculinos” y ”trans*”? “¿Qué lugar ocupan las masculinidades femeninas en la historia de nuestros feminismos, en su archivos conmemorativos?” (Flores, 2013: 204).
Todas estas “taxonomías inmediatas” (Sedwick, 1998), palabras que utilizamos para referirnos a la diversidad de las masculinidades femeninas que producimos, son señal del desbordamiento de las categorías identitarias de las que disponemos y de la proliferación de las mismas en nuestra subcultura (Butler, 1990). En “Masculinidad femenina” (Halberstam, 2008), Halberstam explica cómo algunas de estas taxonomías, “captan perfectamente la idea de la fusión de una conducta masculina con un cuerpo de mujer” (“machuda” y “marimacho”), otras especifican cómo la masculinidad puede estar relacionada con el trabajo (“camionera”), otras una noción de género basada en la edad (“chicazo”) (Halberstam, 2008: 7).
En “Archivos incompletos. Masculinidades femeninas y ausencia de representaciones en el contexto español (1970-1995)” (Trujillo, 2015) la autora argumenta, apoyándose en la noción de Halberstam, cómo el término “masculinidad femenina” puede funcionar “como una categoría paraguas para describir una gran variedad de prácticas de cruce de géneros” (Halberstam, 2008: 11) y puede resultar más útil que el término “lesbianismo”, “marcado por el género y el intercambio de roles, y no tanto una identidad“ (Trujillo, 2015: 41), para aquellxs investigadorxs que trabajen con comparaciones interculturales de comunidades queer (Trujillo, 2015: 41).
La investigación teórica de Lucas Platero (Platero, 2008b; 2009a; 2009b; 2009c; 2015b), Paul Preciado (Preciado, 2003b; 2004a; 2004b; 2008b; 2015b), Gracia Trujillo (Trujillo, 2005; 2008a; 2008b; 2015), Tatiana Sentamans (Sentamans, 2007, 2010), Judith Vidiella (Vidiella, 2007) y el trabajo artístico de Cabello/Carceller y O.R.G.I.A, entre otros, se revela imprescindible para entender el impacto histórico y político que ha tenido la diversidad de género de las “biomujeres” en el contexto queer y transfeminista español, donde la masculinidad sigue siendo algo controvertido, “una negociación continua entre las presiones para asimilarla y los deseos de ciertas subculturas por crear géneros nuevos y diferentes” (Halberstam, 2008: 10).
Como hemos visto en el capítulo anterior, los primeros referentes foráneos de imágenes que representan la diversidad de las masculinidades producidas por estas subculturas fueron apareciendo de manera aislada en exposiciones como “El rostro velado, Travestismo e identidad en el arte” (1997), en la que se expusieron algunas imágenes de Catherine Opie, “Identidad múltiple” (Macba.cat, 1996) y “Héroes caídos. Masculinidad y representación” (VV.AA., 2002: Eacc.es, 2002), donde se mostraban imágenes de Del LaGrace Volcano. Dentro de nuestro contexto, el trabajo artístico de Cabello/Carceller comienza a aparecer a finales de los noventa en exposiciones importantes como “Territorios indefinidos” (1995), “El jo diverso” (1998), “Transgeneric@s. Representaciones y experiencias sobre la sociedad, la sexualidad y los géneros en el arte español contemporáneo” (Kmk.gipuzkoakultura.eus, 1998), “Zona F” (Eacc.es, 2000) y “Trans Sexual Express Barcelona 2001: A Classic for the third Millennium” (2001) (Larosadelvietnam.blogspot.com.es, 2011).
Hemos utilizado el concepto “masculinidades transgresoras” con la voluntad inclusiva de estudiar las expresiones y representaciones de las mujeres con apariencia masculina, las lesbianas butch y lxs transgéneros en nuestro contexto, entendiendo que en la labor de deconstruir la masculinidad hegemónica también participan cuerpos que pueden tener conflicto con las categorías “femenina” o “biomujer”, como algunos trans masculinos, las personas intersex, las personas que se identifican con género neutro, las comunidades de los osos y leathers y fenómenos transnacionales como los two-spirits en América o los tomboys y las onnabe en Asia, en los que los conceptos “masculino” y “femenino” no explican la diversidad de expresiones de género de las que disponen, poniendo en jaque la perspectiva binaria del mundo occidental. Sin embargo, entendemos que “si queremos encontrar los puntos en los que la masculinidad realmente transgrede sus propios límites, tenemos que localizar instancias de masculinidad(es) que no estén relacionadas con los hombres cis” (Trujillo, 2015: 419).
“Por otra parte, es problemática mi elección del término “biomujeres”, que tiene que ver no tanto con identificar a “las verdaderas mujeres” –como si todas las personas no fuéramos, de hecho, entes biológicos–, sino para poder referirme a aquellos sujetos que, en esta sociedad, son percibidos y reconocidos como mujeres. Con esto no quiero, ni excluir las realidades intersexuales ni las transgenéricas; simplemente creo que no he encontrado aún un término mejor para explicarme” (Platero, 2009b: 405).
¿Qué es la masculinidad?
Jesús Martínez Oliva, explica en “El desaliento del guerrero: representaciones de la masculinidad en el arte de las décadas 80 y 90” como, a excepción de la exposición “Machos y muñecas”, el tema de las masculinidad no se había planteado en ningún espacio expositivo en nuestro país hasta la muestra “Héroes caídos. Masculinidad y representación” (Martínez, 2005: 249) que recogió la visión construccionista y performativa de la masculinidad que se había ido desarrollando a lo largo de los años noventa. En la exposición se pretendía argumentar que la masculinidad hegemónica estaba en crisis y que toda una serie de nuevas masculinidades venían a remplazarla. “Es en ese cuestionamiento de la masculinidad en el que se plantea una caída de los héroes afloran otras masculinidades más porosas, nuevos hombres débiles, torpes, pasivos, deteriorados e inseguros” (Martínez, 2005: 250). A partir de ese momento comienzan a surgir en nuestro contexto diferentes reflexiones sobre la construcción de la masculinidad como demuestran algunos de los textos de Jose Miguel Cortés (G. Cortés, 2002; 2004), Juan Vicente Aliaga (Aliaga, 2002b; 2008b) y Javier Sáez entre otros (Sáez, 2003; 2005).
“En nuestra sociedad la masculinidad se asocia a valores de poder, legitimidad y privilegio; a menudo se la vincula simbólicamente, al poder del Estado y a una desigual distribución de la riqueza. La masculinidad parece difundirse hacia fuera en el patriarcado y hacia dentro en la familia; la masculinidad representa el poder de heredar, el control del intercambio de mujeres y la esperanza del privilegio social” (Halberstam, 2008; 24).
En el contexto anglosajón, los trabajos que analizan la diversidad de las masculinidades emergentes habían comenzado en la década de los noventa. Según Trujillo, fue la socióloga Raewyn Connell una de las primeras en defender la existencia de muchas masculinidades diferentes a las que asociaba diferentes posiciones de poder, y como “estas relaciones operan tanto entre grupos de hombres, grupos de hombres y mujeres y grupos de mujeres” (Trujillo, 2015: 39).
“En la posición más alta se encuentra lo que Connell denominó masculinidad hegemónica: la configuración de la práctica del género que personifica la respuesta aceptada actualmente al problema de la legitimidad del patriarcado, que garantiza (o se usa para garantizar) la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres” (Trujillo, 2015: 39).
Según Halberstam (2008) la construcción de las “masculinidades heroicas”, “versiones que nos gustan y en las que creemos de la masculinidad” (Halberstam, 2008: 23), se basa en la marginación de las “masculinidades alternativas” (Halberstam, 2008: 23), de la misma manera que la heterosexualidad necesita de la existencia de desviaciones sexuales para existir (Sedwick, 1998). “Según esta perspectiva, en el mundo occidental la masculinidad hegemónica se habría construido, sobre todo, a partir de un proceso de diferenciación y negación de lxs otrxs, concretamente mujeres y gais” (Trujillo, 2015: 40). Trujillo nos recuerda que no podemos olvidar de qué manera interviene la clase, la raza y la etnia en la articulación de la oposición entre la masculinidad hegemónica y las masculinidades subordinadas (Connell en Trujillo, 2015). La masculinidad hegemónica se vuelve ininteligible cuando abandona el cuerpo del varón de clase media-alta, blanco y heterosexual, es entonces cuando la rebelión de clase o de raza produce una amenaza diferente (Halberstam, 2008; 24).
Aunque las masculinidades femeninas son consideradas como “las sobras despreciables de las masculinidad dominante, con el fin de que las masculinidad de los hombres pueda aparecer como lo verdadero” (Halbestam, 2008: 23), éstas demuestran que la masculinidad no es un privilegio exclusivo de los varones (Halberstam, 2008: 19) y que en la construcción de la masculinidad intervienen tanto cuerpos de hombres como de mujeres. “Lejos de ser una imitación de la masculinidad hetero u homosexual, la masculinidad femenina supone una creación y una vivencia de otras expresiones de género, y resulta crucial para entender cómo se construye la masculinidad dominante” (Trujillo, 2015: 41). La actitud proteccionista y conservadora de los hombres hacia la masculinidad y la incredulidad generalizada de que ésta pueda ser performativa, al igual que la feminidad que sí se concibe como performativa, producen un rechazo permanente de los cuerpos ambiguos en la sociedad occidental (Halberstam, 2008: 37). La diversidad de expresiones masculinas que producen estos cuerpos pone en evidencia que la masculinidad también puede ser una mascarada (Halberstam, 2008).