Ni porras ni pistolas, tijeras para todas
De la necesidad de un imaginario lesbiano
“¿Quiénes son las lesbianas? ¿Qué dicen las lesbianas sobre sí mismas y que dicen los demás sobre ellas? ¿Cómo se representan las relaciones afectivas y/o sexuales entre las mujeres? ¿Cómo se construye el lesbianismo a nivel social y personal? ¿Qué discursos sobre el lesbianismo está presentes en el Estado español desde el franquismo hasta el momento actual?” (Platero, 2008a: 19).
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Como hemos visto en el capítulo anterior, la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (1970) se convirtió en el aparato represor hacia cualquier manifestación sexual disidente. Miles de varones homosexuales fueron sancionados por la ley, frente a la escasez de casos que se conocen de mujeres (Navarrete, Ruido, Vila, 2005) (Trujillo, 2008a) que sufrieron una represión parecida a la de sus compañeros masculinos (Platero, 2015b) (De Benito 2015b).
“Además de la exigencia de derogación de la LPRS que articulaba la homofobia anti-gay, con este grito de “No a la peligrosidad social”, nacía una lucha específicamente lesbiana; una lucha por su existencia, por una voz propia. No sólo había que derogar leyes y cambiar estructuras, también había que cubrir, llenar el vacío simbólico (sexual) de las mujeres, recuperando y reconstruyendo una historia (su propia historia)” (Llamas, Vila, 1997 en Trujillo, 2008a: 61).
Beatriz Gimeno (Arnalte, 2003: 214; Trujillo, 2008a: 63) explica que la represión en el caso de las mujeres no la producía el estado, sino que se delegaba en las familias y que éstas por lo general no iban a la cárcel, iban al manicomio.
“Las lesbianas callábamos, viviendo como podíamos nuestra particular sexualidad, que muchas ni siquiera sabíamos nombrar. ¡Qué años aquellos de la doble vida de las más osadas, que se atrevían a crear espacios absolutamente clandestinos para gozar, por unas horas y sin más trabas que las de la propia autocensura, de una sexualidad que la sociedad tenía anatemizada! Al mismo tiempo, la mayoría ni siquiera tenía doble vida y malvivía su deseo lésbico, permanentemente temerosas de que un gesto o una mirada pudiera delatarlas ante quienes convivían con ellas o formaban parte de la cotidianeidad en el trabajo, en la universidad, en la calle… Muchas sabían de otras a las que sus padres habían puesto en mano de psiquiatras para que las curaran a base de sesiones de descargas eléctricas mientras les mostraban desnudos femeninos” (Pineda, 2008: 31-32).
En “Deseo y resistencia. Treinta años de movilización lesbiana en el Estado español” (Trujillo, 2008a) se explica cómo las primeras lesbianas que comienzan a movilizarse lo hacen en el interior de los frentes de liberación homosexual, en los que mantuvieron su autonomía organizativa (Trujillo, 2008: 69), y muchas de ellas también integradas simultáneamente dentro del Movimiento Feminista (Trujillo, 2008: 80).
“En 1977, en plena “locura militante” (Llamas y Vila, 1997), se crean los primeros grupos: el Col·lectiu de Lesbianas en el interior del FAHPV y el Col·lectiu de Lesbianes de Barcelona (CLB), que comienza a colaborar con el FAGC en septiembre de 1977, a los que posteriormente se van uniendo grupos e lesbianas como los que forman parte de los Frentes de Bilbao (EHGAM), Galicia (FLHG), y Madrid (FLHOC), Grup de Lluita per L’Alliberament de Lesbiana (GLLL o GLAL), ESAM (Emakumearen Sexual Askatusunerako Mugimendua, como grupo autónomo dentro de EGHAM, etc.” (Trujillo, 2008a: 69-70)”.
Aunque las activistas lesbianas compartían una opresión común con los homosexuales masculinos, su problemática era distinta.
“Por un lado, se enfrentan al problema de la invisibilidad social. Las mujeres (y lesbianas en particular) no tienen sexualidad propia, y el lesbianismo no es reconocido. […] Por otro lado, el estigma que recae sobre el lesbianismo es mayor que el que soportan los varones gays, aunque ellas se enfrentan a una menor represión legal producto de su no existencia social y política. Las activistas señalan que, como lesbianas, son también mujeres, y que están discriminadas doblemente, por su género y su opción sexual” (Trujillo, 2008a: 71-72).
En el contexto de las protestas por la derogación de la LPRS, el 3 de diciembre de 1977 el Col·lectiu de Lesbianas de Barcelona (CLB) leía públicamente, en el cine Niza de Barcelona y con la policía esperando en la puerta, el primer comunicado sobre el Lesbianismo en Cataluña (L. Gil, 2011: 142):
“Nos hemos integrado dentro del FAGC adoptando la denominación de Colectivo, porque la lesbiana presenta una doble problemática muy diferente a la de los homosexuales masculinos y, por tanto, precisamos de una teoría propia de liberación distinta que debe ser elaborada por nosotras mismas. Por ese motivo, el Colectivo tiene dentro del FAGC una organización propia y autónoma, conservando, no obstante, una coordinación y vinculación en tareas y acciones concretas. Sin embargo, como mujeres, no podemos limitarnos a llevar nuestra lucha sólo dentro del FAGC, sino también en el movimiento de Liberación de la Mujer, y por este motivo también estamos integradas en la Coordinadora Feminista […] Asumimos las reivindicaciones del Movimiento de Liberación de la Mujer y exigimos como reivindicaciones específicas de la lesbiana las siguientes:- reconocimiento de la sexualidad de la mujer como propia y autónoma, y no en función del hombre;
-reconocimiento de la existencia de la lesbiana y destrucción de los tabús y prejuicios que pesan sobre ella;
– información objetiva, científica y no manipulada sobre la sexualidad femenina;
– amnistía para la mujer y derogación de todas las leyes sexistas que la discriminan y, finalmente,
– reivindicamos el término «lesbiana» porque consideramos que la carga y la significación peyorativa que se le da, están en función de unos valores que nosotras revocamos.
¡Derogación de la ley de «Peligrosidad social»!
¡Amnistía inmediata para la mujer!
¡Derechos al propio cuerpo!
¡Reconocimiento de la existencia de la lesbiana!
¡Libertad sexual!» (CLB, 1995 en L.Gil, 2011: 143).
La derogación de la LPRS tuvo como consecuencia “la desmovilización y declive en la acción colectiva” (Trujillo, 2008a: 90) en los frentes de liberación sexual y afloraron las diferencias internas entre lesbianas y homosexuales. “La “fractura de género” sale a la luz con las denuncias de las activistas lesbianas en sus publicaciones y documentos internos de las actitudes sexistas existentes en estos, donde ellas además son minoría” (Trujillo, 2008a: 93). La consecución de la despenalización del aborto tendrá consecuencias similares, provocando la ruptura de la unidad política dentro del Movimiento Feminista años más tarde (Trujillo, 2008a: 90). Trujillo cita a Olga Camarero, activista del FLHOC y del CFLM como síntoma de este fenómeno:
“Nosotras nos organizamos primero en el FLHOC porque, al plantearnos nuestra lucha por la liberación sexual, nos sentimos identificadas con los homosexuales masculinos. Pero en la militancia cotidiana teníamos muchas diferencias y nos fuimos dando cuenta de que nuestro marco de lucha estaba fundamentalmente con el resto de las mujeres que también están discriminadas, entre otras cosas sexualmente. Por eso nos salimos del FLHOC y nos integramos en el movimiento feminista” (Camarero citada en Trujillo, 2008a: 92).
Como consecuencia de las actitudes misóginas que las activistas lesbianas sufrían dentro de los frentes de liberación homosexuales, éstas comienzan a organizarse desde comienzos de los ochenta dentro de una identidad política que va a priorizar el género sobre la opción sexual (Trujillo, 2008a: 96) realizando un “giro” hacia el feminismo e integrándose dentro de la organización. “El feminismo cultural defendía que la liberación de las mujeres iba de la mano del desarrollo de una contracultura “femenina”, lo que constituyó el sustento teórico de la creación de discursos y espacios separatistas de mujeres y lesbianas” (Trujillo, 2008a: 96).
“En el Estado español, la influencia del feminismo en la identidad colectiva lesbiana es muy destacada. Este impacto fue positivo, al ofrecer un conjunto de elementos teóricos y de práctica política fundamentales, […] pero también negativo, ya que eclipsó los discursos y las demandas lésbicas” (Trujillo, 2008a: 96).
Bajo el eslogan de “lo personal es político” “la identidad lesbiana se politiza en clave feminista” (Trujillo, 2008a: 98) y comienzan a surgir colectivos lesbianos por todo el contexto español que incorporan el término “feminista” dentro de sus nombres como política identitaria. “Denominarse feministas lesbianas o lesbianas feministas no era una cuestión casual” (Trujillo, 2008a: 103). Durante estos años el tema fundamental será la visibilidad: la visibilidad dentro del movimiento homosexual, dentro del movimiento feminista y en la sociedad entera.
Empar Pineda cuenta cómo la celebración en 1980 del “I Encuentro de la mujer Lesbiana en el Estado Español” “fue imprescindible para empujar definitivamente a las lesbianas a organizarse por su cuenta” (L. Gil, 2011: 134). En 1981 se creó el Colectivo de Lesbianas Feministas de Madrid (CLFM) (Pineda, 2008: 36). En 1983 surge el Colectivo de Lesbianas Feministas de Bizkaia (CLFB), al que le siguieron el Colectivo de Lesbianas de Navarra (CLN), que a partir de los noventa se llamaría colectivo LAMBDA, y la Asamblea de Lesbianas de Álava (ALA). Juntos se coordinaron bajo el nombre de Colectivos de Lesbianas Feministas de Euskadi (CLFM). En 1986 se forma el Grupo de Lesbianas Feministas de Barcelona (GLFB) (L. Gil, 2011: 135). Las “Jornadas de Lesbianas de Euskadi” (1983), el “I Encuentro Estatal de Lesbianas” (1984) en Barcelona, las “II Jornadas de Lesbianas de Barcelona” (1987) y las “III Jornadas de lesbianas del Estado Español” (1988) (CFLM, 1988) en Madrid (Trujillo, 2008a: 121), fueron algunos de los eventos más importantes donde los colectivos emergentes compartieron sus necesidades específicas, establecieron amistades y crearon nuevas alianzas políticas.
Los primeros colectivos de lesbianas escogieron el fanzine o la revista como modo de expresión propia y como forma de abordar el problema de la visibilidad, produciendo su propia “cultura lésbica”. En 1984, el Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid (CFLM) publicaba la revista “Nosotras que nos queremos tanto” (CFLM, 1984-1992) (Pineda, 2008: 38), una de las primeras en introducir el debate sobre el porno, las fantasías y las prácticas sexuales (L. Gil, 2011: 136). Dos años más tarde el Colectivo de Feministas Lesbianas de Euskadi (CFLE) editaba su revista “Sorginak” (CFLE,1986-1994, CFLE, 1998-2000), en la que se tradujeron por primera vez textos de feministas lesbianas como Audre Lorde o Monique Wittig (Villar, 2008a: 68), y que reflejó durante casi una década los discursos y preocupaciones de los Colectivos de Lesbianas Feministas.
“Estaba escrita en castellano y en euskera, contenía artículos informativos sobre lesbianismo en general, sobre los roles y las normas sexuales o el gueto, reflexiones personales acerca de lo que significaba ser lesbiana en esa época, artículos con denuncias, poesías, cómics, chistes, dibujos, críticas al feminismo institucional y reflexiones feministas sobre el lenguaje sexista o el aborto, convocatorias de actos y manifestaciones o crítica de libros y discos. También existía un apartado con las direcciones de los Colectivos para que otras mujeres lesbianas pudieran encontrarlos y contaran con referencias“ (Villar, 2008a: 68).
En 1988 el Colectivo de Lesbianas Feministas de Barcelona (CLFB) (Caladona, 2015b) publicaba el primer número de la revista “Tríbades” (CLFB; 1988) y el Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid (CFLM) editaba la revista “Desde Nuestra Acera”. A través de sus fanzines, las lesbianas se van a reapropiar de la categoría que las clasificaba y discriminaba y comenzarán a producir su propia cultura, creando nuevas imágenes propias y poniendo encima de la mesa los debates que se estaban produciendo.
Una de las cuestiones más polémicas entre feministas y lesbianas feministas fue la relación entre sexualidad y heterosexualidad, que aparecían identificadas sistemáticamente, “naturalizando su hegemonía dentro de la sociedad y dentro del propio feminismo. El reto era conseguir que la centralidad con la que se situaba la heterosexualidad fuese desplazada, cuestionada, tanto en las prácticas cotidianas como en el espacio simbólico” (L. Gil, 2011: 137).
“En 1981 se realizó el Encuentro Estatal sobre el Derecho al Aborto en el que se dio un importantísimo paso en las relaciones entre lesbianismo y feminismo al acordar que la reivindicación del aborto debía realizarse en el marco de una lucha más amplia contra el modelo sexual dominante, admitiendo que las relaciones sexuales van más allá del marco heterosexual. Dos años más tarde, en las I Jornadas de Sexualidad celebradas en 1983, el movimiento feminista, como colectivo, rompió de modo profundo con la equiparación entre sexualidad y heterosexualidad” (L. Gil, 2011: 138).
Pero será el debate en torno a las fantasías sexuales, la violencia y el porno el que traerá consecuencias importantes dentro del movimiento feminista, como ya sucedió en las “Jornadas Estatales Feministas” de Granada de 1979 (Navarrete, Ruido, Vila, 2005: 87). Será en las “Jornadas contra la Violencia Machista de Santiago de Compostela” de 1988 donde se producirá una gran fractura (L. Gil, 2011: 139).
En 1988 se produce un hito de visibilidad lésbica con la canción “Mujer contra mujer” de Mecano en plena “movida madrileña” (Mujer contra mujer, 1988). Pedro Almodóvar había estrenado casi diez años antes “Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón” (1980), la primera película comercial del director, para la que escribió el guión inicial en 1976, cuando trabajaba para Telefónica como empleado administrativo. La película, inspirada por la agresiva ideología punk representada por Bom (Alaska), trata sobre tres chicas, Pepi, Luci y Bom que viven en Madrid durante la época inicial de “la movida” y visibiliza una relación lésbica SM entre dos de sus protagonistas. Años más tarde realiza la película “Kika” (Kika, 1993), en la que Rosi de Palma interpreta a la “marimacho” Juana. Son los primeros síntomas de que los medios de comunicación comenzaban a incorporar algún personaje lésbico en su representación.
También en la literatura se comienzan a producir algunos cambios. Isabel Franc se da a conocer en la literatura en la década de los noventa con “Entre todas las mujeres” (1992), obra finalista del Premio La Sonrisa Vertical. Es autora de la celebrada Trilogía de Lola Van Guardia (pseudónimo bajo el cual escribió durante una larga etapa), editada por Egales, que incluye los títulos: “Con pedigree” (1997), “Plumas de doble filo” (1999) y “La mansión de las tríbadas” (2002), traducidas a varios idiomas. Otros títulos suyos son “No me llames cariño” (2004), Premio Shangay a la mejor novela del año, “Las razones de Jo” (2006) y la recopilación de relatos “Cuentos y fábulas de Lola Van Guardia” (2008). En 2010, junto con la dibujante Susanna Martín, publica en editorial Norma Cómic “Alicia en un mundo real”, una novela gráfica sobre el cáncer de mama, Premio Jennifer Quiles 2011. “Amor, curiosidad, prozac y dudas” (Etxebarría, 1997), fue la primera novela de la escritora Lucía Etxebarría. Como en otras novelas de la autora que se define como feminista, se exploran distintos modelos de mujer contemporánea. Por el gran éxito que obtuvo, se considera una de las novelas clave de la llamada “Generación X” en España, junto a “Historias del Kronen” de José Ángel Mañas o “Caídos del cielo”, de Ray Loriga. En 2001 se estrenará la película con el mismo título (Amor, curiosidad, prozac y dudas, 2001). Un año más tarde de la publicación de su primera novela, Etxebarría editó “Beatriz y los cuerpos celestes” (Etxebarría, 1998; Maurell, 1998) con la que consigue el Premio Nadal. A través de su protagonista, que mantiene relaciones homosexuales y heterosexuales, regresa al tema que ya abordó en su primera novela, la libertad individual para descubrir la propia sexualidad.
La década de los noventa muestra el paso de la invisibilidad a la representación de una serie de imágenes estereotipadas, en la que los medios de comunicación van a construir la sexualidad, “seleccionando qué elementos mostrar y cuáles esconder, generando identidades que son congruentes con el imaginario heterosexual” (Platero, 2008b: 310).
“Los medios reconocen en algunos grupos identitarios nuevos yacimientos de mercado, de forma que dirigen sus miradas hacia aquellos “colectivos” anteriormente ignorados, como han sido los no heterosexuales, no occidentales, no católicos, etc. No se trata tanto de un reconocimiento de su estatus como parte de la ciudadanía sino como objetos de consumo, con el llamado “mercado rosa”, entre otros, lo que mantiene el orden social y económicamente dominante” (Klein en Platero, 2008b: 310).
En 1996 se crea la revista “InformaLES”, dirigida especialmente a las lesbianas, que estaba orientada a difundir la cultura lésbica y a crear un comercio rosa para éstas. Este énfasis en desarrollar una cultura propia será defendida por las lesbianas queer desde planteamientos distintos (Trujillo, 2008a: 193), quienes constituirán la sección radical del movimiento lesbiano (Trujillo, 2008b: 107).
“Esta definición colectiva es hija de la reacción frente a, por un lado, el discurso limitado y contenido del feminismo lesbiano, y por otro, el discurso integrador de los colectivos mixtos y las representaciones que surgen en el contexto de una subcultura mayoritariamente gay» (Trujillo, 2008b: 107).
A principio de los años noventa Cecilia Barriga realiza la pieza videográfica “Encuentro entre dos reinas” (Encuentro entre dos reinas, 1991). La primera vez en la historia del videoarte español que una artista escoge la representación del cuerpo lésbico en una de sus obras de apropiación. Comienza una década interesante y fructífera en la que los activismos queer emergen y retan a las artistas a representarse de otros modos. Al igual que hicieran las feministas de los años 70, un conjunto de colectivos y de artistas españolas influidos por las teorías feministas y queer que se comienzan a traducir en ese momento, utilizarán el vídeo y la fotografía como medio de representación.
“Irrumpen, aunque, como suele suceder, no lo hacen de la nada. En los inicios de la década de los noventa, la corriente queer convive con las feministas lesbianas, ligadas al MF, y con las lesbianas integradas en los grupos mixtos. Con las últimas comparte el giro en cuanto a sujeto político de la movilización: de las mujeres en general, eje del activismo de las feministas lesbianas, a las lesbianas y sus demandas específicas” (Trujillo, 2008a: 197).
En 1995 el colectivo LSD presenta su exposición fotográfica “Es-cultura Lesbiana” (Hartza.com, 1995; LSD, 1995; LSD. Entrevista a Fefa Vila, 2004) en el bar La Lupe y posteriormente en El Mojito dentro de una campaña de acción y visibilidad de LSD (Trujillo, 2005: 34). Entre 1994-1995 realizan la serie “Menstruosidades” (Hartza.com, 1995; LSD, 1995). Con motivo de la exposición “Es-cultura lesbiana”, LSD publican en su fanzine “Non Grata” (LSD, 1994-98) los textos “De la necesidad de una cultura lesbiana” (LSD, 1995), escrito por Liliana Couso y Fefa Vila, y “De la necesidad de un imaginario lesbiano” (LSD, 1994), de Cabello/Carceller. Estos textos, que dan nombre a este capítulo, se preguntan por qué las lesbianas carecen de representaciones y reflexionan sobre cómo crear nuevas formas de representación alejadas del consumismo rosa y que a su vez deconstruyan la mirada heterosexual.
“Frente a las representaciones, de, por un lado, la cultura dominante cargada de puritanismo, prejuicios o “tolerancia” hacia las minorías sexuales, y, por otro, de un movimiento de gays lesbianas que busca la integración social y la obtención de derechos -y que presenta, en general, una imagen normalizadora, integradora, pulcra, asexuada, homogeneizadora, de la diversidad sexual- los grupos queer sacan a la palestra la multiplicidad de prácticas y cuerpos que reclaman su espacio y cuestionan la heterosexualidad como norma obligatoria y régimen político” (Trujillo, 2005: 33-34).
A principios de los noventa, Helena Cabello y Ana Carceller forman el equipo Cabello/Carceller que, a través del vídeo, la fotografía, la escritura, el dibujo, el sonido o la creación de ambientes, “comenzarán a cuestionar los modos de representación hegemónicos, ofreciendo alternativas críticas” (Hamaca.org, 2015). En esa época realizan dos de sus vídeos más conocidos: “Un beso” (Un beso, 1996) y “Bollos” (Bollos, 1996), donde se reapropian del insulto “bollera” y reflexionan sobre la historia homofóbica del término, confrontándose directamente con el público.
En 1998 Virginia Villaplana realiza el videoclip experimental “Retroalimentación LSD” (1998) donde reúne las prácticas de intervención cultural queer de LSD desde 1990. Junto a “Escenario Doble” (2004) conforma el díptico “Escenario doble, género, DIY y feminismo”.
Cerrando la década, en 1999 se publica el fanzine “Bollus Vivendi” (Bollus Vivendi, 1999-2001) realizado por el colectivo con el mismo nombre. Gracia Trujillo, miembra del colectivo describe la portada del cuarto fanzine en la que aparecen dos barbies en posición erótica:
“El colectivo Bollus Vivendi realiza una parodia de esa representación de la sexualidad lesbiana para los heterosexuales masculinos con una imagen de dos muñecas barbies en posición erótica. La imagen pone en evidencia “el montaje” de la pornografía destinada a los hombres heterosexuales, lesbianas hipersexuales con aspecto cuasi felino (o mejor, de mujeres heterosexuales que “hacen“ de lesbianas), al tiempo que realiza un guiño a la mirada bollera y a las relaciones eróticas (y políticas) butch-femme entre lesbianas; en ese caso serían dos femmes cuyo deseo es autónomo de la mirada ajena heterosexual” (Trujillo, 2005: 34)
Hay que destacar también algunos de los trabajos más reconocidos de la artista Carmela García como “Chicas, deseos y ficción (1998), “Mujeres, amor y mentiras” (2002), “Try to be a boy try to be a girl” (2003), “Sisterland” (2007) o “Chicas con bigote” (2012) (Carmelagarcia.com, 2015) que aportarán otro granito de arena a la construcción de un imaginario lésbico desde la perspectiva de la representación artística.
Como hemos visto anteriormente, los medios de comunicación utilizarán los cuerpos lesbianos como objetos de consumo, como una forma de mantener el orden social y económicamente dominante. Estas imágenes producirán tensiones dentro del movimiento LGTB, que se debatirán entre “las imágenes más correctas y normalizadoras frente a la necesidad de mostrar imágenes lo más diversas posible, que incluyan las caras e imágenes más irreverentes” (Platero, 2008b: 314). Según Platero (2008b: 314) las representaciones “más correctas” representan a las lesbianas como personajes femeninos, “cuyo lesbianismo no es más que un elemento exótico que no altera su “normalidad”. En “Las lesbianas en los medios de comunicación: madres, folclóricas y masculinas” (Platero, 2008b), y analizando el contexto de la representación de lesbianas en televisión, Platero distingue cuatro arquetipos lésbicos: Madres y esposas, Malas y masculinas, Folclóricas lesbianas y Lesbianas para él.
En el arquetipo Madres y esposas “se repiten las ceremonias e historias en las que se muestran las resistencias y los elementos clave de los debates alrededor de los derechos de lesbianas y gays” (2008b: 224). Este tipo de representaciones surge a partir del año 2000, momento en el que el movimiento comienza a luchar por conseguir el matrimonio homosexual. Ejemplos de este arquetipo son las series “Hospital Central” (2000-12) o “Aquí no hay quien viva” y la película “A mi madre le gustan las mujeres” (2001). Después de la aprobación de la ley este arquetipo siguió vigente en series como “Los hombres de Paco” (2005-10), “Amar en Tiempos Revueltos” (2005-12) o la reciente “Tierra de Lobos” (2010-14).
En Malas y masculinas, Platero explica como “desafortunadamente, este arquetipo está conformado por muchos hechos reales, donde la representación de mujeres malas que merecen castigo se identifica por su masculinidad” (2008b: 326), y utiliza los casos de Dolores Vázquez (“caso Wanninkhof”), Encarna Sánchez y Raquel Morillas de Gran Hermano para ilustrar este fenómeno.
“Me sigue resultando tan repelente el personaje, bajita, culona, con evidente cara de malaleche, con pocas ganas de ducharse, que le había arrojado a los leones sin mover una ceja. Lo triste de esta historia es que una guarrindonga como ésa no haya sido autora de un crimen semejante”. Dicho por un periodista sobre Dolores Vázquez (Platero en Las masculinidad de las biomujeres, 2009).
Folclóricas lesbianas es un término que surge fruto de la prensa rosa y los programas del corazón. Platero las llamas “lesbianas de ficción”, víctimas de la “rumorología”, y a las que se categoriza de esta manera con el único objetivo de subir el share de televisión (2008b: 333). Dentro de este grupo estarían las supuestas amantes de Encarna Sánchez, Isabel Pantoja, María del Monte, Mila Ximénez, La Polaca, Imperio Argentina, etc.
“Las representaciones lésbicas captan la atención de la audiencia. Sus creadores se sirven de su novedad y capacidad para invocar un deseo construido como masculino con el objetivo de vender todo tipo de productos y generar un debate complaciente sobre la aceptación en nuestra sociedad de sexualidades no normativas. El uso de estas imágenes genera una apariencia de aceptación y progresismo, congruente con el deseo de aparecer como un Estado moderno y liberal. […] Las lesbianas y la sociedad en general aprenden de las representaciones de los medios de comunicación qué es eso de la identidad lésbica y el lesboerotismo, de forma que consituyen los principales modelos de autoreferencia. […] Estas representaciones tan estereotipadas están deslegitimando esta sexualidad como placentera o tan siquiera como factible y limitándola a unas pocas representaciones” (Platero, 2008b: 335).
Si analizamos la representación de las lesbianas en los últimos años desde la perspectiva cinematográfica el panorama no es muy diferente. El cine utiliza los cuerpos lesbianos como objetos de consumo, siempre representados como femeninos y dentro de la lógica de la mirada heterosexual. El mismo año en que se aprueba la Ley 13/2005 se estrenan las películas “Los 2 lados de la cama” (Los dos lados de la cama, 2005), en la que Emilio Martínez Lázaro ahonda en un discurso sobre la necesidad de tolerancia y de afecto en tiempos convulsos (“todos somos bisexuales”), “Las películas de mi padre” (Las películas de mi padre, 2005) y “El calentito” (El calentito, 2005). Después llegarán “Mentiras y gordas” (Mentiras y gordas, 2009), la cual se ha considerado “una puesta al día” o una “mala suerte de «Historias del Kronen”, “Eloïse” (Eloïse, 2009), en la que se abordan el tema de la familia y el lesbianismo desde una perspectiva romántica, y “Room in Rome” (Room in Rome, 2010) de Julio Medem. Inspirada en el film “En la cama” (2005), del chileno Matías Bize, las protagonistas de la película se encierran en la habitación de un hotel de Roma durante doce horas en una atmósfera cargada de erotismo y sensualidad.
En 2010 surge una propuesta que escapa a la lógica de la representación de las películas anteriores. Desde Donostia y filmada totalmente en euskera, se estrena la película “80 egunean” (80 egunean, 2010), única representación de lesbianas mayores que ha habido en nuestro contexto hasta la fecha, donde Axun, una mujer de 70 años, se reencuentra con su gran amiga de la adolescencia Maite, que es lesbiana. La película aborda la química entre las protagonistas desde su infancia, la atracción sexual en la tercera edad y las consecuencias que este hecho tendrá en su entorno familiar vasco.
Recientemente se ha publicado “I visqueren felices. Relats de lesbianes, raretes i desviades” (VV.AA., 2014; Ivisquerenfelices.blogspot.com.es, 2014; Akelarre interpreta el tema I visqueren felices, 2014), un proyecto que surge de la necesidad de cambiar el hecho de que la literatura lésbica a lo largo de la historia es prácticamente nula o trágica, contribuyendo a la creación de un imaginario positivo que contrarreste la invisibilidad que las lesbianas siguen padeciendo. Platero señala como estas ausencias muestran “una jerarquía de poder en relación con el género, que podemos señalar como orden de género patriarcal, pero también de heterosexismo” (Platero, 2008c: 184) y afirma que “no se construye a las lesbianas como mujeres, ya que no son parte fundamental de las acciones diseñadas dentro de las políticas de igualdad de género” (Platero, 2008c: 184). Esta reflexión nos recuerda a la famosa frase de Monique Wittig en la que afirma que “las lesbianas no son mujeres” para destacar que las lesbianas no participan “ni económicamente, ni políticamente, ni ideológicamente” (Wittig en Parole de Queer, 2012) dentro de las lógicas del régimen heterosexista. En “La construcción del sujeto lésbico” (Platero, 2008a) Platero define a las lesbianas como un sujeto “múltiple”, “multiforme” y “escurridizo” (Platero, 2008a: 19), “un sujeto de ficción del que activistas y teóricas hacemos un uso estratégico” (Platero, 2008b: 24).