0/CON-TEXTO

1/ TRANS-FORMACIÓN DEL CONCEPTO GÉNERO

2/MASCULINIDADES SUBVERSIVAS

3/MASCULINIDADES MINORITARIAS Y ARTE DE GÉNERO

4/PERFORMANCE DE LA MASCULINIDAD (Contexto español)

5/FUENTES DOCUMENTALES

 

El siguiente análisis pretende demostrar el profundo “giro performativo” que ha sufrido la noción de género en las últimas décadas. Esta transformación histórica ha supuesto profundas modificaciones en el concepto de sexualidad, proliferando toda una multiplicidad de retóricas que han contribuido a pensar y reflexionar sobre el género.

Un punto de partida es la historia de la sexualidad realizada por Michel Foucault, en la que analiza la diferencia histórica entre sociedades soberanas, disciplinarias y de control. Según Foucault, en las sociedades soberanas (hasta el SXVIII) hay una equivalencia jurídico-simbólica entre el crimen y el castigo, y el poder (un poder negativo puesto que sólo puede decidir de la muerte) se articula en torno a la figura de un soberano único que decide sobre la muerte de sus súbditos. Se trata de un poder negativo cuya única consecuencia sería la muerte. Sin embargo, en las sociedades disciplinarias y de control, el poder depende de la capacidad de producir la vida , materializándose en políticas demográficas, políticas de control de la reproducción, etc., no en darla o quitarla. El soberano se transforma aquí en una instancia colectiva y desaparece la equivalencia directa entre la falta y el castigo. En estas sociedades que tienen su origen en la revolución francesa, hay una dinámica institucional de corrección y regulación sistemática de los espacios (por ejemplo, la prisión, el hospital, la escuela, la caserna militar, etc.), cuyo objetivo es la regulación del cuerpo y la transformación de los hábitos de conducta. (Foucault, 1992, 1995)

Foucault analiza la sexualidad como algo que carece de definición permanente, como un complejo entramado en el que se organizan de maneras diferentes y complejas las formas de poder ejercidas mediante el cuerpo y la generación de un campo de afectos, sentimientos, emociones y placeres. <<Foucault identificó cuatro dispositivos que nos permiten comprender la sexualidad como el producto de tecnologías positivas y productivas, y no como el resultado negativo de tabúes, represiones, prohibiciones legales. Estas grandes tecnologías son: la histerización del cuerpo de la mujer, la pedagogización del sexo del niño, la socialización de las conductas procreadoras y la psiquiatrización del placer perverso.>> (Preciado, 2002)

Thomas Laqueur explica en “Making sex” como la diferencia sexual y la diferencia entre homosexualidad y heterosexualidad son regímenes de representación de la sexualidad relativamente recientes. No es hasta el siglo XVII cuando la representación médica de la anatomía sexual produce la diferencia sexual entre lo masculino y lo femenino. Hasta entonces se creía en la existencia de un único sexo, el masculino. Y el criterio que determinaba la feminidad o la masculinidad de una persona era la capacidad reproductiva, careciendo de  importancia la morfología de los genitales. Del mismo modo que no es hasta finales del siglo XIX, cuando diversos estudios asociados a la ciencia médica fijaron por primera vez la distinción lingüística y conceptual entre homosexualidad y heterosexualidad, asociando a la primera con la perversión sexual y a la segunda con la normalidad. Aparecen así lo que se llamará “sujetos sexuales”,  invención moderna que no será cuestionada hasta principios de la década de 1950. (Laqueur, 1990)

En 1953, aparece públicamente Christine Jorgensen, la primera transexual mediática estadounidense. Ese mismo año, John Money, un pediatra norteamericano especializado en el tratamiento de niños con problemas de indeterminación de la morfología sexual, utilizó por primera vez la noción de género (gender) para referirse a la posibilidad quirúrgica y hormonal de transformar los órganos genitales durante los primeros 18 meses de vida. El concepto de género no apareció en el ámbito de los estudios sociológicos y humanistas, sino asociado a la medicina y a las tecnologías de intervención de la sexualidad. Este proceso puede entenderse como la aplicación artificial y cruel de un proceso de selección sexual de corte Darwinista que se mantendría hasta los años 90, momento en el que comienza el asociacionismo del movimiento Intersex estadounidense, que comenzaría a exigir el acceso a sus propios historiales médicos y la reivindicación de su cuerpo como propio. Para Beatriz Preciado este hecho ilustra como los dispositivos institucionales de poder de la modernidad (desde la medicina al sistema educativo, pasando por las instituciones jurídicas o la industria cultural) han trabajado unánimemente en la construcción de un régimen específico de construcción de la diferencia sexual y de género (Preciado, 2002).

Ya en la década de los 80, Monique Wittig, definía el sexo y el género como una construcción y consideraba las actividades asociadas a lo femenino (la reproducción, el matrimonio, el cuidado de los hijos,…) como elementos de una cadena de producción social y demográfica destinada a la reproducción de la vida. En “El pensamiento heterosexual” Wittig calificaba la heterosexualidad no ya como una práctica sexual sino como un régimen político (un sistema de producción capitalista), un análisis que conecta con la noción foucaltiana de biopolítica. Para Wittig, que sustituye la dualidad dialéctica de la opresión hombre/mujer por la de heterosexualidad/homosexualidad, “la mujer” no es una identidad natural, sino una categoría política que surge en el marco de un discurso heterocentrado y consideraba que las lesbianas no son mujeres, ya que no participan en el régimen político (productivo y reproductivo) de la heterosexualidad (Wittig, 2005).

Para entender y contextualizar la concepción de la identidad de género como el resultado de la “repetición de invocaciones performativas de la ley heterosexual” que han desarrollado después teóricas queers como Judith Butler o Eve K. Sedgwick, es necesario analizar la noción de performatividad lingüística formulada por Austin y la relectura que hizo de la misma Jacques Derrida.

Desde un análisis pragmático del lenguaje (en términos de contexto e historicidad) el británico J.L Austin llegó a la conclusión de que cada vez que se emite un enunciado se realizan al mismo tiempo acciones o “cosas” por medio de las palabras utilizadas. Ese es el punto de partida de su “teoría de los actos de habla” que apareció publicada en su libro Cómo hacer cosas con palabras. En esta obra Austin clasifica los actos de habla en dos grandes categorías: actos constatativos(enunciados que describen la realidad y pueden ser valorados como verdaderos o falsos) y actosperformativos (actos que producen la realidad que describen). Estos últimos a su vez se pueden dividir en: locutivos, que producen la realidad en el mismo momento de emitir la palabra dotándoles de un poder absoluto, por ejemplo la declaración de matrimonio de un sacerdote. Yperlocutivos, que intentan producir un efecto en la realidad, pero ese efecto no es inmediato sino que está desplazado en el tiempo, existiendo una posibilidad de error (Austin, 1988).

<<Derrida duda de la naturaleza ontológica de los actos performativos que plantea la teoría de Austin en la que la fuerza del lenguaje para producir la realidad parece proceder y depender de una especie de instancia teológica (de una voz originaria anterior al discurso). Para el autor de Márgenes de la filosofía la efectividad de los actos performativos (su capacidad de construir la realidad/verdad) deriva de la existencia de un contexto previo de autoridad>>. Es decir, no hay una voz originaria sino una repetición regulada de un enunciado al que históricamente se le ha otorgado la capacidad de crear la realidad. En este sentido, la performatividad del lenguaje puede entenderse como una tecnología, como un dispositivo de poder social y político. (Preciado, 2002)

A su vez, los textos de Judith Butler, Teresa de Lauretis y otras teóricas queers subrayan la aplicación de esas tecnologías (la existencia de ese contexto previo de autoridad) en enunciados concebidos como actos constatativos del habla. Desde esta perspectiva, los enunciados de género (es niño o niña) aparentemente describen una realidad, pero en realidad,  son actos performativos que imponen y re-producen una convención social, una verdad política. Todo esto conduce a la re-definición de la noción de género en términos de performatividad postulada por Judith Butler, intentando desmarcarse de la connotación meramente estética que ha adquirido el término performance. <<La identidad de género, efecto performativo de una invocación de una serie de convenciones de feminidad y masculinidad,  necesita repetirse constantemente para hacerse normativa, por lo que se puede operar una inversión y generar la subversión del efecto performativo>> (Butler, 2001, 2003, 2006)

En la década de los 90’s “las teorías queers” pondrán en cuestión la distinción clásica entre sexo y género, haciendo hincapié en el hecho de que la noción de género apareció en el contexto del discurso médico como un término que hacía referencia a las tecnologías de intervención y modificación de los órganos genitales y cuyo único objetivo era llevar a cabo un proceso de normalización sexual. La sexualidad no sería algo biológico, sino una construcción social, una tecnología, y sólo trascendiendo la dicotomía entre sexo y género se puede articular un discurso y una acción política que rompa con la labor normalizadora y mutiladora de la diferencia sexual. <<Todos somos quimeras, híbridos teóricos y manufacturados de máquinas y organismo, en resumen, somos cyborgs. Nuestra ontología es cibernética, la que nos da nuestra cultura>> (Haraway, 1995). Haraway utilizaría la metáfora del Cyborg para analizar nuestros cuerpos y nuestras identidades, de género, de raza y sexuales, como productos de complejas tecnologías biopolíticas. Las criaturas posmodernas son retratadas como sistemas culturales tecnovivos. La transición del posfordismo señala el paso el paso de una sociedad industrial sexo-orgánica a un sistema de información de género prostético y polimorfo. Haraway denominaría “informática de la dominación” a la situación actual de las minorías sexuales y culturales frente a la creciente globalización de los sistemas de producción y reproducción del género, del sexo y la raza. Desde este punto de vista, la pornografía por ejemplo, lejos de ser una representación marginal, aparece como una de las industrias centrales de la biopolítica global de producción y normalización del cuerpo.

Beatriz Preciado va un poco mas lejos, y en “Manifiesto Contrasexual” utiliza la idea de prótesis (que tiene que ver con lo monstruoso, lo feo, lo inasimilable, lo abyecto) para re-pensar el cuerpo como tecnología. Frente a los conceptos de performance y performatividad, utiliza la noción de prótesis para explicar el género mediante una relectura de la historia de la sexualidad desde las ciencias y las tecnologías de control y transformación del cuerpo. Para entender como se ha constituido la relación entre el espacio del cuerpo y la noción del sujeto en la cultura occidental, Beatriz Preciado propone una genealogía del dildo analizando tanto su evolución formal como su presencia en distintas prácticas (médicas y sexuales) y periodos históricos. Considera que hay tres tipos de tecnologías (con sus correspondientes instrumentos) que han dado forma y función al dildo contemporáneo y que a su vez son claves para entender la definición del género y del cuerpo como “incorporación prostética”.

Tecnologías de represión de la sexualidad: El primer antecedente del dildo estaría en los métodos y artilugios de represión de la masturbación inspirados en las teorías de un médico suizo del siglo XVII llamado Tissot. Tissot realiza un análisis de la sexualidad desde una óptica capitalista, ya que concebía el cuerpo como un circuito cerrado de energía que no debía desaprovecharse en tareas ajenas al trabajo productivo y reproductivo. A partir de esta noción del cuerpo como capital, Tissot identifica la mano como un órgano sexual que podía irrumpir en el circuito cerrado de la energía corporal y provocar un gasto superfluo. Para evitar este derroche, diseño una serie de objetos (guantes, hebillas, manoplas,…) que limitaban el movimiento de las manos. <<Los objetos concebidos por Tissot a la vez que trataban de regular (dirigir y reprimir) la utilización de los órganos sexuales también demarcaban (y, por tanto, destacaban) el espacio del cuerpo donde se genera placer. Por ello, no es extraño que estas técnicas de represión hayan terminado transformándose en tecnologías que producen identidad sexual y generan placer>> (Preciado, 2002).

Tecnologías de producción de las crisis histéricas: Desde el punto de vista de la psicología del siglo XIX, el orgasmo femenino se consideraba una crisis histérica que debía ser analizada, vigilada y controlada por especialistas médicos. Así, primero se crearon unos “vibradores” hospitalarios que permitían producir, bajo supervisión médica, estas crisis. Después se desarrollaron otros aparatos con la misma función pero que ya estaban concebidos para su uso en el ámbito doméstico. A su vez, para luchar contra la impotencia en los hombres, la medicina de la época utilizaba artilugios similares que se “administraban” a través del ano.

Tecnologías de las manos prostéticas: Desde la I Guerra Mundial, las técnicas de construcción de prótesis que cumplieran y perfeccionaran la función de las manos, y de otras partes del cuerpo, han desempeñado un papel fundamental en la construcción de la identidad masculina. Según Beatriz Preciado hay una relación directa entre masculinidad y guerra que está muy vinculada a esta noción de construcción prostética. <<Hay que tener en cuenta que tras la I Guerra Mundial numerosos soldados regresaron a sus casas con algún miembro amputado, en muchos casos, la(s) mano(s) (que es, desde el punto de vista de la antropología, el órgano masculino por excelencia, ya que permite transformar la naturaleza a través de los instrumentos>>. Desde el convencimiento de que existía una correspondencia entre los hombres que habían perdido una mano (inútiles para la economía productiva) y los que se habían quedado sin órganos genitales (inútiles para la economía re-productiva), un médico militar francés llamado Jules Amar diseñó un conjunto de manos prostéticas que permitían reincorporar a esos soldados al sistema laboral. <<Es decir, Jules Amar asocia la pérdida de la mano a la pérdida de la masculinidad, estableciendo una correspondencia entre mano y pene”>> (Preciado, 2002).

Pero frente a la teoría médica renacentista que concebía la prótesis como una imitación lo más fiel posible del órgano que intentaba suplementar, para Jules Amar el objetivo era que se adecuara e incluso perfeccionara su función original (lo que supone un cambio drástico en la manera de pensar el cuerpo). Por ejemplo, diseñó una prótesis en forma de pinza (con sólo dos dedos) que se adaptaba mejor que unas manos naturales a una serie de tareas específicas como atornillar. Jules Amar al ver el cuerpo como tecnología y no como algo natural y estable,  cree que existen múltiples maneras de pensarlo y de reconstruirlo y pone en cuestión la idea del sujeto autónomo de la modernidad y privilegia la noción del sujeto como puerto.

Para Beatriz Preciado es muy revelador analizar este proceso de deconstrucción de la noción de cuerpo y de sujeto a partir de la diferencia histórica que establece Foucault entre sociedades disciplinarias y de control. Mientras en las primeras, la regulación del cuerpo sigue dependiendo de un objeto o de una técnica externa, en las sociedades de control la tecnología se integra en el cuerpo (ya sea a través del ritual, la performance o la incorporación prostética), hasta el punto de que se hace plenamente visible y se re-naturaliza (Preciado, 2002).